La Catedral y el Alcázar
He aquí dos retratos llamados a perdurar. Tienen de perenne la propia naturaleza que lo constituye: la santidad y el heroísmo. Vigorosa perdurabilidad que no mudan los años y que anda de sitio en sitio prodigando una misma luz ejemplar. Quien primero es retratado es un Obispo. O por mejor decir, alguien que alcanzó tal dignidad y jerarquía a fuer de ser leal a la herencia de los Apóstoles. Alguien que supo gastarse y desgastarse por Cristo, en el servicio a la Iglesia, en el amor a su rebaño, en el testimonio de la Verdad, en el sacrificio extremo para atender a todos los necesitados de pan y de cielo. Toribio de Mogrovejo es su nombre. Español su origen, intelectual su vocación, inquisidor su primer oficio, santo su desempeño como pastor, aquí en América, por nobles tierras peruanas, cuando arreciaba la Conquista. Ante su vida tendrán que acallarse los difamadores de la catolicidad hispana. Tras él ha querido el autor -salteando de siglos y aún de continente- describirnos un Príncipe Cristiano que señoreó sobre Portugal en la pasada centuria. Saneó las finanzas, propagó el Evangelio, restauró la virtud, devolvió el bienestar, enseñó a su pueblo a preferir ser mejores antes que a estar mejor.Antonio de O síliveira Salazar es su nombre. Un Príncipe con la talla espiritual de la antigua caballería andante, y con la perspicacia del estadista atento a los legítimos requerimientos de su tiempo. También frente a su estampa tendrán algunos que hacer un trémulo silencio. En este caso, los muchos que equiparan fatalmente el ejercicio de la acción política con la mezquindad. El Padre Alfredo Sáenz ha hecho las veces de inspirado pintor con estos grandes hombres, hasta darnos el mejor colorido de sus almas. Como ha hecho de atento escucha y de mejor recitador, para poner atención a lo que enseñaron y comunicárnoslo con una cadencia propia, un ritmo vívido, con una música interior que eleva y entusiasma. Una vez más, es el sacerdote y el maestro que enseña el deber ser mediante encarnaduras atractivas y posibles. Con la Catedral identificado al Obispo Santo. Con el Alcázar al Gobernante Heroico. Bien elegidas las imágenes, por lo que tiene de inmensamente sacro la primera, y de épicas resonancias la segunda. Mérito enorme el del autor el hacernos ingresar con sus primeras páginas a ambas arquitecturas. Y el de indicarnos y sólo en ellas alcanzan los hombres las naciones su destino de bien y de belleza